Nota publicadao en: periódico: El Intransigente.com
La falta de amor produce una sensación de aislamiento y no pertenencia y un sentimiento de vacío difícil de llenar. Pero, ¿Cómo elegir al ideal? Es común escuchar que las verdaderas historias de amor nada tienen que ver con la racionalidad, que se ama con locura o no se ama, y que la ausencia de conflicto y sufrimiento es falta de pasión. Lo cierto es que esas ecuaciones tan atractivas en las historias de ficción se convierten en obstáculos con los que se enfrentan muchas mujeres en la vida real a la hora de construir una relación sana y estable que las haga verdaderamente felices.
Todos necesitamos amar y ser amados. La falta de amor produce una sensación de aislamiento y no pertenencia y un sentimiento de vacío difícil de llenar. Muchos creen que el amor es cuestión de suerte, como una lotería. Sin embargo, no es así. Porque el amor verdadero exige esfuerzo y sabiduría: se puede aprender a amar para siempre a alguien si tenemos mayor conciencia de nosotros mismos”, explica la psicóloga Evangelina Aronne.
Por su parte, Pablo Nachtigall, psicólogo transpersonal clínico, señala: “Construir una relación sana es un desafío general para toda mujer u hombre. No existe una persona que se haya graduado como especialista en ello, ya que toda pareja afronta diariamente exigencias y factores estresantes dentro y fuera de su vínculo que los afecta. Pero existe en la actualidad un porcentaje importante de mujeres que tiene dificultades emocionales para establecer una relación adulta, madura y nutritiva debido a que en su vida familiar han carecido de modelos adecuados. Por otra parte, nunca hubo tanta dificultad como ahora entre los sexos para encontrarse en un vínculo adulto y maduro”.
¿Lo que ellas quieren?
Según coinciden los especialistas, más allá de los detalles e identidades, las miles de historias de amor llevadas a diario al diván parecen transcurrir todas por un mismo laberinto que, en el comienzo, tiene miedos, inseguridades y obsesiones y cuyo recorrido, independientemente del camino que se tome, culmina siempre en la insatisfacción y la infelicidad, todo lo contrario de lo que se supone que, en teoría, el amor debería ser.
“Creo que esto debe pensarse en términos de dificultad entre los hombres y las mujeres a la hora de construir una relación más que de dificultades de las mujeres. Y para hablar de ello, haría una distinción entre lo que llamamos amor y enamoramiento”, señala Viviana Kahn. El enamoramiento sería ese primer momento de impacto, el famoso “flechazo”, en el que ambos tienen la certeza de haber encontrado a la mitad que los completa. “Pero a medida que la relación avanza y se van compartiendo más momentos de la vida, va apareciendo también lo real de lo cotidiano y las diferencias. Es en ese punto en el que se da la oportunidad de que el enamoramiento se transforme en amor. En muchos casos esto no sucede y aparece un sentimiento de abismo entre lo deseado-idealizado y lo real del otro. Se privilegia la imagen ideal que se pretende, no se renuncia a ella y entonces, se produce en la desilusión, el alejamiento y la consiguiente ruptura. Uno pretende que el otro encaje en el armazón que tenía preparado y pierde la posibilidad de enriquecerse con las diferencias”, agrega la especialista.
Si bien este desfase entre el hombre ideal y el real es uno de los mayores obstáculos para la construcción de una relación duradera, en estos casos la ruptura resulta la salida más sana. Ya que es desde ese desfase no aceptado que se construye gran parte de las relaciones enfermas.
“Hay mujeres, cada vez más, que se enamoran de relaciones complicadas. Estas mujeres sólo buscan en el afuera la confusión emocional que ya tienen dentro suyo: acostumbran relacionarse con hombres inmaduros, infantiles, egoístas, a veces infieles y muy manipuladores. Y lo hacen porque eligen desde un lugar inadecuado. Por lo tanto corresponde a ellas hacerse responsables de ello”, sentencia Nachtigall. Desde su análisis, existen ciertos rasgos de personalidad que dificultan el poder construir una relación sana: la histeria, el resentimiento, el miedo al compromiso, temor a la entrega o la falta de capacidad de dialogar adultamente son factores que, tanto mujeres como hombres, arrastran dentro de sí mismos, sin trabajarlos adecuadamente. El resultado final es un desencuentro en la relación que genera altos índices de frustración, queja y amargura.
Otra de las “patologías” en las que cae hoy buena parte de las personas “infelizmente enamoradas” es la adicción al amor, una subcategoría dentro de la llamada adicción a las personas o codependencia afectiva. Es un síndrome que ha sido muy estudiado en todo el mundo y que tiene su “Biblia” en Mujeres que aman demasiado, un libro publicado en 1985 por la terapista estadounidense Robin Norwood.
“La adicción afectiva es una adicción psicológica que afecta principalmente a mujeres. Consiste en obsesionarse por una persona, permitiendo que ésta controle nuestras emociones y gran parte de nuestra conducta, siendo incapaces de librarse de ella a pesar de que comprenden que ejerce una influencia negativa sobre su salud y su bienestar”, define Evangelina Aronne. Y ejemplifica: las mujeres que se “enamoran” de hombres problemáticos, que pueden ser violentos, inadecuados, adictos a algo, depresivos, sumisos o simplemente irritables y desean convertirlos en su hombre ideal, entonces dedican todo su esfuerzo y su tiempo a esa tarea y, mientras tanto, se postergan a ellas y acepten de manera estoica, como si fueran condición del amor, los sufrimientos que esa relación les ocasiona porque creen que finalmente serán felices con él. “Para ellas es un desafío cambiarlos. Y mientras más amor le dan, creen ver el cambio más próximo. Y así transcurre su vida, dedicándoles su tiempo y esfuerzo a ‘ellos’”, remarca la especialista.
Según Susana Pérez, terapeuta especializada en dependencia afectiva, es importante remarcar que la dependencia puede afectar sólo a una parte de la vida de estas mujeres, en este caso, la que hace a su relación de pareja: “Podemos tener un comportamiento correcto en el trabajo, socialmente o con los amigos, mientras somos dependientes en casa”.
A esta categoría pertenecen los amores obsesivos, esos en los que muchas mujeres se juegan la vida, al punto de creer que todo empieza y se termina en esa persona: “La diferencia entre el verdadero amor y una obsesión es que la segunda es una emoción basada en sentimientos de inseguridad. En este tipo de relación hay dudas y preguntas que no tienen respuestas porque los canales de comunicación nunca han estado completamente abiertos y no hay confianza total. En cambio el amor real te eleva, te hace mirar hacia arriba con orgullo y no te hace dudar”, define Aronne.
Así como muchas mujeres se obsesionan con un hombre al punto de creer que no hay ningún otro que la hará feliz salvo él –aun cuando no cumpla con todos esos requisitos que lo harían el hombre ideal, aun cuando la relación sólo consiste en alguna que otra salida cada tanto–, también existen las que no pueden estar solas y su necesidad de formar pareja está por encima de su deseo de estar con el hombre correcto.
“Una de las cuestiones que más angustia al ser humano es la soledad y el desamparo. Nadie quiere estar solo y esto, en el caso de muchas mujeres, se transforma en un imperativo: sienten que es el hombre el que les otorga una identidad y quien las completa”, explica Viviana Kahn, quien sostiene que cuando el deseo queda así atado a un imperativo, es común que esa mujer salte de una relación a otra con la sola intención de completar el casillero vacío y sin detenerse en la pregunta sobre qué es lo que quieren y de qué manera, o bien, puede arrastrarlas a soportar relaciones insatisfactorias, que se sostienen desde el temor a quedarse solas y no desde el amor. “Habría entonces dos caminos posibles frente a este temor o angustia a la soledad. Uno sería el de retroceder y taponarlo para no ver, ni sentir. El problema de esto es que, si bien, en apariencia, no se está sola, tampoco se disfruta de esta compañía. El otro camino sería hacerle frente al miedo, asumirlo como un obstáculo y poder hacer algo diferente: darse el tiempo de espera y no de acciones compulsivas, para hallarse y descubrirse en sus propias ideas, prejuicios, contradicciones para, con todo esto, decidir un rumbo acorde a sus propios deseos”, señala la Lic. Aronne.