Retomando el contacto: “les cuento que entre el 10 de abril y el 15 de mayo estuve nuevamente en Italia, y por diversas causas se me hizo difícil enviarles artículos, agradezco a todo el equipo de Múltiples Miradas por apoyarme, a quienes me escribieron y saludaron, especialmente a mis consultantes que me esperaron, respetaron y se alegraron por este viaje” 🙂
¡Estoy feliz de volver a estar en mi Argentina y junto a ustedes luchar por una vida mejor!
Algunas experiencias y reflexiones:
Una mirada integradora: Cuerpo, mente y espíritu
Días atrás, tuve la oportunidad de estar en misa de ramos en el Vaticano, recibir la bendición del Papa, presenciar una pascua italiana, respirar el aire de miles de fieles que se llegaron desde muy lejos para presenciar la beatificación de Juan Pablo II.
También recorrí iglesias, museos y castillos antiguos que guardan cuidadosamente la historia de sus habitantes.
He seguido por los medios europeos la boda real y la muerte de Osama.
Este contexto, estas vivencias me llevan a reflexionar acerca de la psicología, la religiosidad y la espiritualidad.
A. Einstein dice que «si queremos caminar bien y llegar a un destino, se hace necesario circular por ambos raíles al mismo tiempo» pues
«la espiritualidad sin la psicología está coja y la psicología sin la espiritualidad queda ciega».
Relacionar psicología con espiritualidad no es algo nuevo. Pues, psicología, proviene de “psyche” que significa alma. La exclusión surge en el intento de hacer ciencia, se trata al ser humano como a un objeto más del mundo, aplicando al estudio de la persona, lo que se ha aplicado al estudio de las cosas, reduciendo al ser humano a un esquema bidimensional compuesto por mente y cuerpo. William James, reivindica el aspecto espiritual, y se crean corrientes psicológicas que estudian los aspectos más intangibles de la experiencia humana, creciendo en la actualidad su aplicación desde diversos planteamientos en psicología y psiquiatría.
La espiritualidad suele relacionarse con la búsqueda de trascendencia, con la esperanza, propósito y sentido de la vida o con los aspectos inmateriales de la existencia, como el tener relaciones armónicas o conexión con uno mismo, con otros, con la naturaleza, con Dios o con una realidad superior. En cambio, la religión es un término que se refiere a un sistema organizado de creencias, prácticas y formas de culto, compartidas por una comunidad, que se dirigen, generalmente, a mantener una relación o un vínculo entre el ser humano y Dios.
Ambos aspectos están estrechamente interrelacionados. Tanto pertenecer a una religión, como practicar la espiritualidad parten del amor a sí mismo y al prójimo, consisten en intentar ser mejores personas, en vivir con humildad, honestidad, responsabilidad.
Muchas personas viven entrampadas en el mundo material, preocupadas por tener, escalar, consumir. Sin tiempo para las relaciones profundas, sin valor a la palabra dada, intentando mantenerse en la juventud eterna, delegando la educación de los hijos, además de evitar cumplir otras funciones.
Otra trampa es vivir estrictamente una religión, que promueve sentir culpa y miedo a Dios en lugar de libertad, responsabilidad y amor como ÉL nos manda.
Mientras tanto, muchos, después de atravesar ciertas crisis o sufrimientos profundizan acerca del sentido de los mismos, tratan de mirar más allá de lo que consideran habitualmente y evolucionan espiritualmente.
Conviven múltiples ideologías, el ser y el tener luchan por el mejor puesto. Nos encontramos en un momento histórico de crisis de valores, carente de referentes fiables, y tenemos una auténtica oportunidad de transformación, hacia un estado de mayor consciencia, a una felicidad más real anclada en lo espiritual.
Así como nutrimos el cuerpo, nuestro espíritu también necesita alimento, hay que saber diferenciar entre la buena comida y la chatarra.
A lo largo de 10 años de consultas, las personas me han enseñado que la Fe puede mover montañas, que no hay medicina ni cirugías que levanten la autoestima como el amor, el perdón, la reconciliación y que aún se cree en la palabra.
Integrar cuerpo, mente y espíritu, consiste en cuidar la relación con uno mismo, con los otros (y la naturaleza) y con Dios. Aprender a vivir en presente, en lugar de escaparme de mí; en profundidad o en Dios, en lugar de sobrevivir o vegetar en la superficie; y en fraternidad y solidaridad, en vez de ahogarme en el narcisismo.
Fundamentalmente, en lugar de analizar: ¿por qué sufro? Vivir constructivamente lo que nos hace sufrir. Lo decisivo no es el sufrimiento, sino el modo en que lo vivamos. De eso dependerá que un mismo sufrimiento nos hunda o nos haga crecer como personas. ¡ADELANTE!
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