Seguinos en FACEBOOK
Psicología Integral en Córdoba

¿Es genético el arte de ayudar? ¿Obedece a una actitud especial inherente a cada ser humano?

Reflexionaba acerca de este aspecto como consecuencia de haber observado errores y aciertos en una tendencia que a veces puede favorecer a las partes involucradas y a veces no.

El altruismo puede tener un origen psicológico, antropológico o biológico. Hoy los avances de las neurociencias nos hablan de cierta parte del cerebro que se pone en actividad cuando una persona ayuda a alguien impulsivamente sin esperar nada. Existe un núcleo de neuronas responsables del comportamiento altruista: neuronas que median en situaciones vinculadas a lo placentero.

El placer de ayudar puede ser una virtud, pero cuando la omnipotencia lo cruza, puede transformarse en algo peligroso, para sí mismo, y para los demás.

 Si bien “sobrevivir en la sociedad” no fue, ni es, ni será  tarea fácil,  tampoco  lo es ser solamente receptivo: esto impide  el crecimiento de la autoestima y la creación de estrategias adecuadas a cada circunstancia para salir airoso desde una mirada autónoma.

 Dicen los científicos que el altruismo produce placer, pero no podemos caer en una filosofía hedonista y circunscribir esta actitud a una mera interpretación o lectura materialista. El campo de la espiritualidad nos conduce a mirar al otro como un legítimo otro, como una proyección de nosotros mismos. Pero ¡CUIDADO!: que esto no se convierta en una sustitución  de lo que el otro puede llegar a hacer por sí mismo, inhibiendo de ese modo la activación de mecanismos de defensa necesarios  para el sano crecimiento de las personas.

 ¿Hasta que punto poner en marcha esta actitud y aptitud? Como todas las cuestiones de índole relacional: utilizando la prudencia, el discernimiento, y el respeto por el crecimiento de aquellos con quienes  interactuamos.

Es cierto que ante la dificultad de alguien quien no posee -según nuestra interpretación- la misma fuerza,  poder de decisión, o  de relato que nosotros, nos surge impulsivamente esa necesidad de ayudarlo. La misma que, como dije anteriormente, puede obedecer a distintas causas, no es menos cierto que deberemos actuar sin invadir ni desmerecer la capacidad del otro para responder con certeza a la dificultad que se le opone.

Es bueno para nosotros ayudar sin esperar recompensa, pero es saludable para los demás crecer en autoestima. 

Desafiar situaciones “supuestamente inmanejables” nos conduce a descubrir capacidades insospechadas. Y los “ayudadores espontáneos” deberán tener en cuenta esos “posibles descubrimientos”.

Lic. Beatriz Cruces
Terapeuta Familiar – Trabajadora Social – Asesoramiento a Terapeutas – Múltiples Miradas