En tiempos difíciles: pienso, siento, acciono

 Nuestra sociedad está decretando permanentes transformaciones que exigen de cada uno de nosotros adaptaciones expréss, inmediatas y efímeras.

 Son tiempos de consumismo, de inmediatez, de globalización, de hedonismo, de tecnologización, de belleza y de culto a la imagen.

Son tiempos que exacerban el individualismo.

Son tiempos que impactan en los lazos afectivos y en los enlaces relacionales en general.
Todos somos testigos de cómo las relaciones han mutado. Hoy nos encontramos con vínculos más livianos que no terminan de consolidarse o que se disuelven en el tiempo con facilidad.
Hoy nos desconectamos del contacto cara a cara con el otro para conectarnos (¿?) a través de lo virtual. Ya no hablamos, ahora escribimos. No escuchamos, ahora leemos. Ya no sentimos, ahora veneramos la imagen del otro. Quedamos atrapados y capturados con lo que el otro, desde la distancia, nos quiere mostrar. Quedamos paradójicamente aislados y en soledad.
Hoy las relaciones tienen nuevos matices, en los que, entre otras cosas, se vislumbra el miedo al compromiso, a la entrega verdadera hacia el otro, el miedo a amar y a todo lo que el “amor” implica e involucra.
En este escenario, pienso en los valores que dan cimiento y sustento a la vida e historia de las personas. Pienso en los valores que impregnan nuestra sociedad actual. Pienso en las relaciones, en los sujetos de hoy. Pienso en los grados de tolerancia cuando premura la satisfacción inmediata…
Pienso en nuestros impulsos y en cómo tomamos decisiones. Me pregunto cuánto tiempo, cuánto compromiso y cuánta responsabilidad asumimos a la hora de decidir…Cuánto de nosotros está responsablemente involucrado en el acto de decidir, o si, en cambio somos más propensos a no correr riesgos, para que sea otro el que decida por nosotros. Urge alumbrar nuestra inseguridad, nuestro temor a equivocarnos, para descubrir cuánto nos impacta y nos significa estropear nuestro narcisismo si es que llegamos a tomar una decisión incorrecta.
Pienso en cuánto nos estamos creyendo que se puede vivir de “ideales” y cómo nos vamos volviendo más exigentes y despiadadamente rigurosos con el ilusorio modo perfecto de hacer las cosas complaciendo las expectativas del otro. Pienso en cómo nos vamos fragmentando y volviéndonos sujetos débiles, frágiles, vulnerables que pretendemos cumplir con todo y todos.
Pienso en cuánto toleramos al distinto, al que no es igual. Cuánto nos autoaceptamos verdaderamente y cuánto aceptamos al otro tal como es, o si, favorecemos exclusiones y anulaciones de nosotros mismos y del otro desde nuestra falta de reconocimiento.
Pienso en el grado de confusión y desorientación al que hemos llegado en estos tiempos difíciles y cuántos somos realmente capaces de atravesar la confusión, la crisis, la turbulencia y el dolor como parte inherente de este proceso.
Hoy lo material está a nuestro alcance en minutos obturando nuestra capacidad de simbolizar y de abstraer significados. Hoy compramos y consumimos de todo: ropa, comida, sustancias, viajes, tecnología, estética, terapias, etc. Pienso qué sentido tiene acumular en beneficio del tener… Ya no hay prioridades pensadas. Lo que no se puede pagar hoy, se pagará mañana. Todo está a nuestro alcance rápido pretendiendo tapar “eso” que nos inquieta, que nos preocupa, que nos pone ansiosos y nos angustia. Vamos acumulando en pos de la ideología del tener, llenando “vacíos” y tapando “faltas” que quebrantan el ser, evitando atender y revisar los asuntos significativos, negándolos como parte de nuestra vida e impidiendo la reconciliación con nuestras emociones, sentimientos y sensaciones.
Pienso en las adicciones a lo que sea (sustancias, comida, sexo, trabajo, otros) como extrañas fórmulas que enajenan la posibilidad de encontrar el sentido de nuestra existencia. Pienso si estamos haciendo más nudos, o si, desatamos y descubrimos la trama del sentido de la que somos parte.
Pienso en el sujeto de estos tiempos difíciles. En el sujeto de deseo, el sujeto de aprendizaje, el sujeto de derechos, el sujeto de valores…
Nos hemos acostumbrado a entender las “crisis” y “lo difícil” como algo exclusivamente peyorativo. Lo difícil es malo, es ofensivo, es negativo, es desfavorable.
Pienso en la palabra “difícil”. Palabra que deriva del latín y se compone de tres partes: deriva de la raíz facere que significa hacer, del prefijo dis que significa esfuerzo por múltiples vías y del sufijo ilis que significa posibilidad. Pienso si nos animamos a comprender el alcance de la palabra. 

En tiempos difíciles necesitamos desplegar mayor cantidad de recursos para concretar nuestras acciones, podemos potenciar nuestras habilidades, nos preparamos para fortalecer nuestras capacidades. Difícil implica “hacer con más esfuerzo”.

 Pienso que en tiempos difíciles es necesario “darse tiempo” para pensar, sentir, emocionarnos, aceptar que eso es parte de lo que nos toca vivir y accionar promoviendo cambios positivos en nosotros mismos.
Necesitamos fortalecer cada día nuestro “yo”. Darle espacio y tiempo. Reconocerlo como esencia de nuestro ser. Estimularnos para navegar mar adentro de nuestro mundo yoico de una manera responsable, y así, reencontrarnos con el dolor de lo difícil, de la crisis. Emprender desde nuestro valor y confianza para atravesar lo difícil, desplegar nuestra flexibilidad para incorporar aprendizajes.
Entonces, durante tiempos difíciles nos reinventaremos y libremente elegiremos crecer, evolucionar. 
En tiempos difíciles tenemos una oportunidad más para salir fortalecidos y madurar. Ya alguien lo había pensado en otros tiempos…

No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo.

La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a las personas y países, porque la crisis trae progresos.

La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura.

Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias.

Quien supera las crisis, se supera a sí mismo sin quedar superado.

Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones.
La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia.
El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones.
Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía.

Sin crisis no hay méritos.
Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia.
Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo.
En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla” – ALBERT EINSTEIN

 Lic. en Psicología: Verónica Barbieri    M.P. 7093 – 
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