Todo el mundo habla del estrés, pero ¿sabés realmente qué es?
Conocé qué pasa cuando nos estresamos, cuál es la diferencia entre estrés adaptativo y disfuncional, cuáles son los síntomas más comunes y qué hacer para mejorar tu calidad de vida.
El estrés es un estado de tensión física y emocional frente a un estímulo que nos desafía o demanda. Esta situación puede ser causada por el ambiente (una situación exterior) o por nosotros mismos (un pensamiento interno).
Cuando nos estresamos liberamos hormonas que nos ayudan a mantener atento al cerebro, acelerar el pulso y tensionar nuestros músculos. Se trata de una reacción normal que nos pone en alerta permitiéndonos reaccionar y adaptarnos a nuevas situaciones.
UN EJEMPLO ACLARADOR
Imaginá que es tu primer día de trabajo en un puesto nuevo. Posiblemente la noche anterior hayas preferido dejar la ropa con la que te gustaría asistir preparada para evitar perder tiempo y asegurarte esa vestimenta con la que te sentís a gusto.
Seguramente te haya costado dormir porque estuviste pensando en cómo será ese primer día, qué tal te llevarás con las personas que trabajan ahí, si lograrás realizar las tareas que te soliciten, etc.
Te levantás con una sensación de nervios y ansiedad por todos los desafíos que se aproximan. ¿Mejor salir con tiempo para llegar en horario, no? Ese primer día lográs prestar atención a una enorme cantidad de información nueva y ¡claro!, cuando volvés a tu casa el cansancio se hace presente luego de tanta tensión.
Seguramente has tenido alguna situación similar, ya sea con el trabajo o con otro cambio en tu vida. Podés revisar si haberte sentido de este modo te ayudó a anticiparte a algunos riesgos, mantenerte alerta o con energía para atender a las distintas variables.
¿Hasta acá el estrés resulta útil, verdad?
MÁS PUEDE SER MENOS: ESTRÉS DISFUNCIONAL
Como ya hemos visto, el estrés es necesario para poder superar aquellas situaciones que requieren más esfuerzos y energía.
Sin embargo, no siempre aparece como una reacción saludable ante los estímulos. Si el estado de “alerta” persiste a lo largo del tiempo a pesar de que la situación de desafío haya pasado, hablamos de estrés disfuncional.
“Disfuncional” porque la “función” de cuidado que tiene el estrés no tiene sentido en esta nueva situación.
Seguimos con todo nuestro cuerpo preparado para enfrentar el desafío pero resulta que ya no hay tal desafío.
En estos casos, las consecuencias pueden ir desde una sensación constante de irritabilidad o ansiedad hasta trastornos psicosomáticos.
Se produce un agotamiento del sistema nervioso que puede cronificarse y traer como consecuencia los siguientes signos observables:
- Cansancio físico
- Fatiga
- Falta de energía
- Dificultad para concentrarse
- Alteraciones del sueño
- Tristeza
- Irritabilidad
- Dolor de cabeza
- Mala memoria
- Diarrea
- Ansiedad
- Depresión
- Problemas cardiovasculares
Tené en cuenta que el estrés crónico puede causar problemas severos en tu salud. Si identificás algunos de estos signos de forma prolongada, no lo naturalices, consultá a un profesional.
Registrar las fuentes de tu estrés y aprender nuevas herramientas para enfrentarlo es posible.
ALGUNAS IDEAS PARA CONTROLAR EL ESTRÉS
El bienestar se basa en el equilibrio. Cómo ya hemos dicho, el estrés es una reacción adaptativa a ciertas circunstancias. No se trata de negarlo ni tampoco de aceptarlo como algo cotidiano.
Te dejamos algunas propuestas que puedes poner en práctica para manejar el estrés y llevar un estilo de vida más equilibrado entre tensión y relajación:
1) Respetá tus tiempos.
No siempre podemos hacer todo según nuestra necesidad, pero sí podemos darnos el tiempo en aquellas cosas cotidianas que nos permiten hacer una pausa y distender. Por ejemplo: el momento de las comidas, de levantarnos, el tiempo antes de irnos a acostar, el momento de bañarnos, etc.
2) Prestá atención a tu postura corporal y a las tensiones que estás teniendo en tu cuerpo.
A menudo nos concentramos en alguna tarea y olvidamos registrar el cuerpo. Por ejemplo, relajar los hombros, la mandíbula, los dedos de las manos y pies, estirá las piernas, los brazos y mirá a tu alrededor moviendo la cabeza para aflojar el cuello. Ese segundo de atención nos invita a volver al momento presente y soltar algunas tensiones.
3) Poné el foco en “el lado lleno del vaso”.
Muchas veces el estrés es producto de plantearse objetivos inalcanzables o demasiado exigentes. Poder reconocer lo que logramos y nuestros límites es de suma importancia para lograr un equilibrio entre lo que me propongo y mi bienestar.
4) Hacé actividad física.
Además de ser útil para mantener el buen estado de salud de tu cuerpo, sirve para descargar tensiones, relajarse, poner la mente en el presente y desconectar de los pensamientos y ayuda a mantener un buen descanso.
5) Practicá ejercicios de relajación.
Podés optar por ejercicios de respiración, meditación o yoga que contribuyen a focalizar en el aquí y ahora.
6) Destiná tiempo al ocio.
No existe el día sin la noche. No existe la tensión sin la relajación. Como ya hemos dicho, estresarse es una reacción normal, pero siempre y cuando vaya acompañada de la relajación y compensación necesaria de esa tensión y gasto energético.
Lic. Samanta Leicach
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